En una pequeña plaza de barrio, con un par de frascos, una balanza y muchas ganas, Matías decidió volver a empezar.

Hoy, con 32 años, lidera Gomm, un emprendimiento chaqueño que ofrece productos importados que no se encuentran en ninguna góndola convencional: gomitas alemanas, ramen coreano, gaseosas de Colombia, snacks con sabor a sushi, chocolates de Dubái o tés con gusto a queso azul.
Su historia comenzó desde el lugar menos esperado: una pérdida. «Teníamos un negocio familiar y lo perdimos todo. Fue duro porque fue por personas cercanas, y nos vimos obligados a arrancar de nuevo. No había plan. Solo la necesidad de hacer algo. Un día le dije a mi esposa: ‘Quiero vender gomitas’», cuenta entre risas. «Ella me miró y me dijo: ‘Estás loco. Te sigo en cualquier cosa, menos en eso’. Pero me siguió igual.»
La idea no fue azarosa: Matías había visto en México a un emprendedor fraccionar gomitas en vivo, frente al cliente. «Acá no existía algo así. Los kioscos tienen dos o tres potes con lo mismo de siempre. Me puse a investigar: ¿Qué se vende en Brasil, en Chile, en Asia? ¿Qué puedo traer y cómo lo traigo?» Así nació Gomm.
La prueba piloto fue en una plaza de su barrio, sin cartel ni redes. Solo una mesa y las ganas. «Ese día me di cuenta de que por ahí era. Funcionó. Y si funcionó en una placita de barrio, ¿qué pasaría en una más transitada?», pensó. Poco después, Gomm comenzó a recorrer ferias locales y regionales, ganando espacio, seguidores y propuestas para viajar.
«Nos empezaron a invitar de otras provincias. Estuvimos en Goya, en Reconquista, en Córdoba. Y ahora, por primera vez, vamos a estar en la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, en Catamarca. Es un paso enorme: nunca habían aceptado a emprendedores de nuestro rubro, pero entendieron que lo que hacemos no es simple reventa, sino fraccionamiento en vivo. Es una experiencia», dice con orgullo.
El local que hoy tiene en Resistencia está lejos de ser un kiosco tradicional. Además de las más de 45 variedades de gomitas —muchas exclusivas—, Gomm ofrece productos que parecen salidos de otro universo: bebidas energizantes Monster traídas de Europa, ramens japoneses, snacks chinos de ananá o kiwi, y la famosa Pringles sabor caramelo, rosa y extraña, que pocos se animan a probar pero muchos compran.
«Nos mueve la rareza. Si es raro, lo queremos traer. Lo último fue la Sprite Chill de cherry y lima que salió hace menos de un mes en Colombia. Ya la tenemos. Y así con todo. A veces los clientes nos piden cosas que ni sabíamos que existían, y salimos a buscarlas. Ese vínculo es hermoso», asegura.

El auge en redes también fue clave. Los videos probando productos, mostrando texturas, sabores, o simplemente armando combos, se viralizaron. «Una historia de un pancho XL que hicimos nos trajo un montón de gente nueva. El pan lo traemos de una panadería de Buenos Aires y mide casi medio metro. Queremos que no sea solo una locura de redes, sino una propuesta gastronómica real.»


Y aunque el camino no es fácil —los costos de importación, los tiempos de espera, los márgenes ajustados—, la pasión por el proyecto le gana a todo. «No somos los únicos que venden productos importados, pero sí los que más variedad tienen. Y eso se nota. Nuestros proveedores ya saben cómo trabajamos, y eso nos permite tener lo nuevo casi al instante.»